
Tic tac tic tac es el ruido del reloj que guarda en sus tripas el cocodrilo que persigue a Garfio. Tic tac tic tac es el latido del reloj del conejo blanco al que persigue Alicia. Tic tac tic tac es la bomba que tienes escondida en casa las noches de insomnio y que no aciertas a encontrar. Tic tac tic tac. Has de regresar a casa. Has de crecer. Has de seguir siendo niño. Has de jugar. Has de ser responsable. Has de recoger los juguetes de la habitación. No dejar embarazada a tu amante. Tic tac tic tac. Has de beber hasta morir. Has de vivir por siempre. Has de amar. Has de dejar de amar. Has de recordar y olvidar pero no juegues con eso: siempre en ese orden. Tic tac tic tac. Geppetto tenía el hogar lleno de relojes que hacían tic tac tic tac tic tac. John Barrie siempre fue otro. Lewis Carrol también. Impostores como tú y como yo. Nadie nos quiere por lo que somos. Siempre somos otros hasta que el cocodrilo nos alcanza y nos muerde la muñeca izquierda. Tic tac Tic tac.
- [+] Poemas Seleccionados
Jerusalén
Un gato armenio, apenas me oye,
aparece desde los callejones,
para decirme que el Rey David no existió
y que tú ya no me amas.
Le creí –como yo- hambriento de noticias tuyas,
de saber de ti, conocer si aún seguíamos separados
en el dédalo cobarde en el que un día nos perdimos
para evitar matanzas, noches de inocentes
y minutas de abogados.
Por saber qué fue de todo aquello, ya sabes,
lo que sentíamos dentro y no sabíamos explicar,
lo que prometíamos y decíamos hace mil años,
el ansia con el que nos robábamos,
al primer descuido,
los besos, la vida y la ropa.
El gato tiene sucio el hocico, lustroso el lomo gris
y se deja acariciar como también haces tú
pero tiene el alma gitana como yo,
de Faraón de los Autochoques,
aquellos que prometen más de lo que quieren dar.
Se enreda el gato armenio en la electricidad
de mis piernas como hiciste un día tú,
sólo para recordarme cuánto te quise
y qué pena da el amor que, de repente,
en un callejón, nadie se atreve a matarlo
a la luz de un cuchillo y un adiós.
Cadáveres conocidos
Perdido entre callejones
que a su vez andan escondidos
de rascacielos y avenidas
mientras atruenan en mis oídos
las campanas de las catedrales,
la carita mojada de aquella niña
que acudía a buscar, letal,
su dosis de cariño y confort.
Trato de huir de la belleza,
de esta atroz melancolía,
con la que se trenza la vida.
Escapar, desaparecer,
subirse a un autobús y que la lluvia
empañe los cristales y los pasajeros
no pregunten quién eres,
a dónde vas o quién es
ese cuerpo que arrastramos
de las ruedas desde hace rato.
Barrie como maldición
Barrie siendo el intruso que llega
sin previo aviso, un agujero negro
que todo lo engulle, que atrae
tumores y Guerras Mundiales,
naufragios, suicidios de Colegio Mayor.
En la penumbra de su estudio,
golpea la hojalata del tambor
hasta ensordecer al tiempo
que le muerde la muñeca izquierda
como un cocodrilo
que no se sabe si es torpe
o acaso sólo tenaz.
Cuando todos duermen,
se cuela por los libros abiertos
para robar hijos, sueños,
madres de otros
pero ya nada es como antes:
la eternidad acaba por saber
rancia, a ya sabida.