
Una corriente de nostalgia del mundo de nuestros abuelos sacude la literatura europea de los últimos años. Aquel mundo era tanto o más clasista, cruel, despiadado, absurdo e injusto que éste, pero era mucho menos exigente con el individuo. La nostalgia de napalm hedonista de Houellebecq poco tiene que ver con la de Como de la familia, de Paolo Giordano (Turín, 1982), pero ambas tienen un punto en común: el ir en busca de ese otro tiempo en el que uno no tenía que ser a la vez hombre y mujer, lógico y sentimental, sumiso y severo, romántico y chabacano. Y es que el devenir histórico y económico ha creado la trampa matamoscas perfecta. No hubiéramos aceptado de ningún sátrapa, gobernante, mesías o jefe una tiranía como la que nos autoinfringimos en el Primer Mundo.